Aún no había entrado el día, pero al soltar la ventana de su atadura un paño de amanecer iluminó la habitación de la cabaña. Pensó en el café, la yuca, el mangú y los huevos fritos para la primera picadera de la jornada.
Al terminar de comer, apoyó ambas manos en las rodillas, se impulsó y se puso de pie.
Encaminó sus lentos pasos el viejo Elouan hacia el cercano terrenito donde estaban las reses, oyó golpes de pisadas arrimadas tanto a la pared que parecía la sombra misma quien se acercaba.
-Mire compadre ¡Qué desgracia mayor ha venido!
-Qué fue…alargó los ojos Elouan.
-Dizque están pasando a machete puro a todos los haitianos de la frontera- le espetó Gatien. Se llevaba la brisa su voz, antes de acabar las frases.
-Déjame decirle a Domi, si aconteció algún pleito entre ganaderos y campesinos. Domi único varón del anciano trabajaba el campo un chin más allá, monte abajo.
Cuando el viejo estuvo frente a su hijo se irguío como los osos cuando inician el ataque.
-¡Qué vaina es esta, se han hecho todos pendejos!
-¡Es una masacre, hay más sangre en el río que agua, huyan!
Dos haitianos vecinos venían con cortes en las axilas y las piernas, sangrando como chivos.
-¡Nos cortaron, esos asesinos!- sin pararse corrían como los bufalos en la estampida.
Nervioso como un mulo con carga, se pasó la mano por la poca mata de pelo que aún resistía en su cabeza, la mitad calva como los pantanos secos en verano. De improvisto, girando, se fue directo a calzar las botas de militar raídas y bronceadas de polvo antiguo. Por unos instantes, recordó los días de luchador incansable en la frontera de Dajabón
Al salir, un grupo de viejas grullas negras, sudando como mulas por el estrépito, rezaban y lamentaban su suerte. Se aniquilaba todo lo que se movía, las reses, los perros, los niños, los gallos, los hombres…las mujeres arrodilladas implorando. Se quemaba, se robaba las escasas pertenencias de los masacrados y sobre todo, se asomaban rojos regueros frescos que corrían a rellenar el río.
La frontera entera era un desesperado clamor haitiano desde Monte Cristi hasta la sierra de Baoruco…todo lleno de calamidad.
La bulla que venía de allá abajo, se salía del río, y nos sacudía el cuerpo para que no nos durmiéramos. El viejo sabía que se jugaba la única posibilidad de que su gente sobreviviera. Lo decidió en un instante de locura…estos buitres no me conocen.
El viejo iba a hablar. Era muy duro el silencio. Reunió a los suyos. fijó una mano en el hombro de Domi, sin querer sus dedos lo agarraron con fuerza, el muchacho le mantuvo la mirada como pudo.
-Tienes que alcanzar como sea la Hacienda de Sixto De Celis, no paréis hasta llegar, dale esta placa, él sabrá lo que ocurre.
-Danos la bendición padre.
-Sal ya, déjame de bendiciones, aún hay tiempo.
Alrededor del viejo, todos calladitos, la abuela Gertrude, la mujer de su hijo Davine, Domi, los tres muchachos y el caballo bayo, le escuchaban con devoción.
-Dios sabe que cruz ha encargado para vosotros en esta oscura madrugada, la mía ya la he encargado yo. Suerte mi gente.
Les vío partir con el susto encima, un adios seco, rápido. Ya.
Engrasó y limpió la obsoleta recortada con gestos atinados, certeros, tenia 14 tiros solamente, la miró con cariño como antaño…
Prendió una goma de auto, extendió alambre de púa entre dos ceibas bien tenso y esperó acechando con sus ojos de plomo duro.
Un guaraguao pasó volando bajo, señal de que estaban cerca.
La algarabía llegó caminando en forma de gritos, Enseguida, saliendo de allá mismo, un tumulto de gritos torcieron hacia el recodo donde estaba el viejo. La cara le relumbraba de sudor, pasaron los primeros, luego otros más y comenzó la traca. Fue fusilando uno tras otro, la matanza fue grande, 14 marcas en los cuerpos oscuros. El alboroto no cesaba, lo acorralaron.
Un baile continuo de cortes dejaron un guiñapo, ya no había sangue, corría asustada hacia el río.
Unos kilómetros loma abajo, un grupito sin resuello cruzaba la frontera, reptando entre los matorrales.
Misión cumplida viejo, gritó la sangre, mientras avanzaba silenciosa hacia las aguas. Al mismo tiempo, un prieto bulto de haitianos se escondía esperanzado.