Cambiamos en 21 días
Se solía tener como referencia los 40 días de ayuno, que se muestra repetido en diversas escenas de la tradición judeo-cristiana, como la perfecta receta para la purificación, de ahí la tan famosa cuarentena. Sin embargo, ya desde los años 60, el cirujano plástico Maxwell Matz comentó, que sus pacientes tardaban al menos 21 días en acostumbrarse a su nuevo aspecto o en dejar de sentir un “miembro fantasma”, es decir, un brazo u otro miembro amputado.
Parece ser que alrededor de 21 días es el tiempo que tardan las células madre en diferenciarse en nuevas neuronas en el cerebro.
Para William James existen dos tipos de hábitos: los innatos y los aprendidos. Nosotros no podemos eliminar un hábito innato o aprendido, sino que solamente podemos sustituir un hábito por otro. Los hábitos tienen un papel destacado en el día a día de todo individuo: simplifican los pasos necesarios para obtener un determinado resultado, hacen que dichos pasos sean más exactos y disminuyen la tensión. Procurando que la atención consciente dedicada a la ejecución de esos actos sea menor, automatizando la conducta y haciéndola más fluida.
Mi mujer, mantiene esta realidad: “No hay arte sin disciplina” Esto nos lleva a la esencia del maestro, para quien la simple luz de una vela y su conciencia le permite superar su ruido mental y concentrar su atención. Permitiendo que el nuevo hábito esté realmente implantado en su vida. Sin sobresaltos, conectando nuevas redes neuronales, con una determinación lo más fuerte y decidida posible, para crear un entorno que facilite el cumplimiento del nuevo hábito.
Por supuesto, se puede cambiar de un día para otro, o tardar toda una vida para realizarlo.
El trabajo decidido, cambia cualquier hábito, adicción u otras formas de dependencia, pero no en 21 días. El tiempo necesario y estable para resurgir son al menos 60-66 días. Esto es lo que he comprobado en la clínica diaria durante estos años.
Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, en ambos casos tienes razón.